Finestre Aperte – Manuel Vilas
UN APUNTE ROMANO
Mi proyecto literario de la Academia de España en Roma está siendo muy fructífero. Ha habido algunas circunstancias interesantes; la más relevante ha consistido en cómo mi proyecto original se ha ido transformando en el diálogo constante que vengo manteniendo con la ciudad de Roma. Lo que sí debo constatar es que mi proyecto original ha sufrido un desplazamiento de género literario. Inicialmente, el planteamiento previo era de carácter narrativo, y tenía como objetivo la escritura de una novela. Se ha ido imponiendo, inesperadamente, la poesía.
Mi forma de trabajo consiste en recorrer la ciudad de Roma (también hay un capítulo dedicado a Florencia), caminar sus calles, visitar sus museos, sus centros de gravedad, y luego transformar todas esas vivencias en literatura. Mi plan ha consistido y consiste en salir todos los días a la búsqueda de la esencia de la ciudad. Suelo caminar entre 3 y 4 horas diarias, y he construido diferentes itinerarios. Mi proyecto se basa también en el conocimiento de la vida ordinaria y cotidiana de la ciudad de Roma, la vida de la gente, la vida en los bares, las tiendas, en la calle, en el transporte público, etc.
Mi propósito ha sido conocer la ciudad, aprenderla, como si fuese el aprendizaje de una lengua. Mi principal desafío ha sido dominar su urbanismo, sus proporciones y sus misterios. Toda ciudad tiene misterios.
También vivir en un edificio como el que alberga la Academia de España en Roma ha tenido su versión literaria en mi trabajo. Es un edificio muy peculiar. Su significado histórico es poroso.
Adjunto un poema como muestra de mi trabajo.
BERNINI Y BORROMINI
Hoy he estado viendo el combate
entre Bernini y Borronini,
que en vez de quererse,
ayudarse y respetarse,
se odiaron.
La iglesia de Bernini es luz y desesperación.
La de Borronini es serenidad y elegía.
Y las dos son hermosas
y las dos son hijas bien fundadas
de la belleza que arde para todos.
Los dos famosos arquitectos
fracasaron en lo único que importa:
no supieron ser hermanos, amigos,
colegas, cómplices.
Borromini fue desdichado,
y Bernini afortunado.
En la hora de la muerte,
tan mencionada en sus monumentales obras,
los dos fueron un solo cuerpo en derribo.
Si tuviera que encargarle
mi casa a alguno de los dos
lo haría a Borromini,
pero ya no es tiempo de la justicia,
nunca lo fue en el mundo.
Me gustaría soñar
que se quisieron,
que celebraban juntos
la odisea del arte,
que comían y reían
en los veranos romanos
y bebían y soñaban
la llegada de la luz sobre las piedras
con la fraternidad
como único dios entre los hombres.
MANUEL VILAS