MARÍA TERESA PEÑA ECHEVESTE – Roma, Siempre Roma
Jardineros de Roma
1965 – 1968
Dibujo de grafito y témpera s/papel
85 x 116 cm (medida con marco)
Obra perteneciente a la colección Museo Teresa Peña, Entrambasaguas
Fotografía de Lucía Lainz
La obra, pintada durante su estancia en Roma, presenta la mayor parte de los rasgos estilísticos propios de la pintura que Peña Echeveste desarrollará posteriormente, aunque en este caso no se trate de un asunto de tema religioso: el interés por la figura humana tratada con un marcado acento expresionista, un profundo fondo oscuro del que emergen los jardineros fuertemente iluminados, el recurso a los planos superpuestos que, aunque de eco cubista, han perdido la rotunda nitidez del trazo volviéndose más plásticos, y una cierta monumentalidad en la composición, derivada fundamentalmente del tamaño de las figuras situadas en un primer término muy marcado, que recuerdan la faceta de muralista de la artista.
MARÍA TERESA PEÑA ECHEVESTE (Madrid, 1935 – Entrambasaguas de Mena, Burgos, 2002)
RESIDENTE RAER 1965-1968
Pintora y grabadora formada en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, consiguió en 1965 una plaza de pensionada en la Academia de España, en la especialidad de Pintura de figura, convirtiéndose en la segunda mujer becada de la institución -tras la compositora María de Pablos Cerezo en 1928- y la primera artista plástica. Sus años en Roma fueron años de plenitud, en los que viajó además por Italia, Francia, Holanda, Bélgica y Alemania, abriéndose a las corrientes estéticas de la Europa posterior a la Segunda Guerra Mundial.
Si en un primer momento realizó una pintura de raíces cubistas que derivó hacia la abstracción, poco a poco fue orientándose -empujada por su profunda religiosidad- hacia el mundo de la marginación social. Inicia, así, una inexorable evolución estilística hacia el neorrealismo figurativo que llega a desembocar, frecuentemente, en un marcado expresionismo.
Su obra es considerada una perfecta conjunción entre el arte contemporáneo y la fe cristiana. En uno de sus escritos titulado Mi pintura, declara: “Como en el Génesis, me gusta partir de fondos negros, que no los considero pintura, sino vacío y tinieblas. Sobre ese vacío del negro, ausencia de todo, trato de iluminar con la luz las figuras que emergen […]. Esa luz esperanzadora que disipa las tinieblas no es otra cosa que la Luz Absoluta. Es decir, Dios”.
Tras su primera exposición en la Galería Quixote de Madrid en 1965, realizó numerosas muestras en Bilbao, Roma, Zaragoza, Mallorca, San Sebastián, Madrid, Vitoria, etc. Está representada en importantes museos y colecciones, como el Museo de Bellas Artes de Bilbao, el Reina Sofía de Madrid, el San Telmo de San Sebastián, el Rodríguez Acosta de Granada, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, las catedrales de Santander y San Sebastián, así como en el Museo María Teresa Peña de Moguer, en Huelva, y el Museo María Teresa Peña de Entrambasaguas (Valle de Mena, Burgos).